lunes, 2 de junio de 2014

Defensa Nacional


XIX. LA DEFENSA NACIONAL

 

El Estado tiene como primera obligación garantizar la paz y la seguridad de sus ciudadanos y que éstos conservarán su riqueza personal. Para su desarrollo se basa en los recursos naturales propios de su territorio y aquellos otros a los que puede acceder mediante el comercio.

Será, por tanto, objeto de primordial interés para el gobierno del Estado tener prevista la actuación en caso de que la disponibilidad de los recursos estratégicos resulte amenazada. Para protegerlos resulta preciso el establecimiento de acuerdos y alianzas con otros Estados, a tenor de los cuales cada Estado se comprometa a respetar los derechos de los demás. Pero esto no es suficiente ya que las circunstancias socioeconómicas de otros países pueden cambiar, a veces de forma brusca, y puede ser deseable para ellos apropiarse de los recursos ajenos. En previsión de este tipo de situaciones el Estado debe tener un núcleo de personas que les puedan hacer frente, si es preciso por la violencia. A este acto violento se le denomina guerra.

Puesto que la guerra es de vital importancia para el Estado, es necesaria una permanente reflexión sobre lo que acontece en torno a aquello que nos es más querido y tener prevista una respuesta acorde con la amenaza detectada. También es de vital importancia estar en condiciones de engañar y manipular al potencial enemigo.

Sun Tzu consideraba, en torno al año 400 A.C.,  más conveniente conservar a un enemigo intacto que destruirlo, dando a entender que es preferible triunfar merced al uso de la inteligencia, que logra desanimar al enemigo, que por el uso de la fuerza. No obstante, como ésto no se puede predecir, se hace necesario tener un ejército adiestrado que pueda actuar llegado el caso. Además de una correcta planificación y coordinación debe disponer de una completa información tanto sobre el previsto campo de batalla como de su contrincante, lo que hace necesario un equipo capaz de aportar la misma.

Otra necesidad evidente es la de garantizar el aprovisionamiento del propio ejército en caso de guerra, tanto en material de guerra (cañones, fusiles o munición, por poner solo tres ejemplos) como en medios de transporte, comida y vestuario.

Los principios estratégicos así planteados nos presentan unas necesidades a nivel de Estado para permitirle superar con éxito una situación de las características apuntadas:

  1. La existencia de armonía entre los dirigentes y el pueblo,
  2. Una correcta asignación de autoridad y justa distribución de los cargos,
  3. Planificación anticipada de las actuaciones a llevar a cabo en caso de guerra,
  4. Considerar la posibilidad de engañar al oponente para lograr nuestros objetivos sin necesidad de combatir,
  5. Crear y formar un ejército que será el encargado de combatir llegado el caso. Deberá ser capaz de planear estrategias victoriosas y su comandante explicará con claridad el alcance de sus órdenes para que sean entendidas por todos.
  6. Establecer un servicio de espionaje para conocer con antelación los planes del potencial enemigo.
  7. El ejército debe realizar permanentes maniobras que le permitan alcanzar la cohesión debida, potenciar su moral y conocer el terreno en el que deberá desarrollar su actividad. Además debe estar dotado con el equipo adecuado para desempeñar su labor.

Obviamente, la primera opción que se nos ocurre es la de construir un muro que nos garantice una seguridad contra los intentos de ocupar nuestro territorio por parte de otro país. Sería el mismo principio que originó la construcción de los castillos. Anteriormente se aplicó a la Gran Muralla china para impedir la invasión de los mongoles y al Muro de Adriano en Gran Bretaña para impedir la invasión de los pictos. En la Segunda Guerra Mundial se aplicó para construir la Línea Maginot  en Francia para impedir la invasión por parte de Alemania. Todas estas iniciativas fracasaron porque ninguna construcción defensiva es capaz de impedir una invasión eternamente.

En 1832 Karl von Clausewitz publicó una obra titulada “De la Guerra” que ha sido la base de todas las estrategias militares vigentes hasta nuestros días. En ella hace un amplio análisis de las diferentes tácticas a utilizar en cada una de las situaciones imaginables en una guerra. A los efectos que estamos analizando, baste decir que su definición de la guerra es la siguiente:

“La guerra no es más que un duelo en una escala más amplia. Podríamos representarla como dos luchadores, cada uno de los cuales trata de imponer al otro su voluntad por medio de la fuerza física”.

“Todas las guerras tienen que ser consideradas como actos políticos”.

Y enuncia dos principios que se han mantenido firmes a pesar del tiempo transcurrido y los avances tecnológicos:

“… En este sentido convenimos en que la superioridad numérica es el factor más importante a la hora de determinar el resultado del encuentro; pero debe ser suficientemente grande como para contrapesar todas las demás circunstancias”. “La fuerza en el punto decisivo depende de la fuerza absoluta del ejército y de la habilidad con que ésta se emplea”.

“La defensa absoluta contradice por completo el concepto sobre la guerra, pues entonces solo un bando llevaría a cabo la lucha, por lo que en la guerra la defensa solo puede ser relativa (…) pero, puesto que estamos obligados a devolver los golpes del enemigo si hemos de librar realmente la guerra en nuestro lado, esta acción ofensiva en la guerra defensiva hay que definirla, pues, en cierto sentido, con el título de defensa, es decir, que a la ofensiva, de la que hacemos uso, se adscribe al concepto de posición o teatro de la guerra”.

En base a estos conceptos comúnmente aceptados, los países han adoptado como política de defensa  lo siguiente:

  1. Crear ejércitos muy numerosos que les permitan mantener una superioridad en cualquier posible situación militar, y
  2. Organizarlos y dotarlos para que sean capaces de llevar la ofensiva en el lugar que su comandante decida en cada momento.

Un ejemplo de la eficacia de esta línea de pensamiento lo tenemos en la guerra del Yom Kipur. El 6 de Octubre de 1973, los ejércitos de Siria y Egipto invadieron Israel, los primeros desde los Altos del Golán y los segundos a través del Canal de Suez. La guerra duró tres semanas y concluyó con el alto el fuego firmado entre Israel y Egipto el 27 de Octubre. Para esa fecha, el ejército israelí había llegado a 100 kilómetros de Damasco y a 80 kilómetros de El Cairo. De paso había embolsado al Tercer Ejército egipcio. La estrategia seguida para lograrlo se basaba exactamente en los conceptos de Clausewitz y parecía repetir paso a paso la llevada a cabo por Publio Cornelio Escipión “el Africano” en su guerra con Aníbal: combinar la defensa en el propio territorio con la invasión del territorio del país enemigo. El 15 de Octubre, tres brigadas acorazadas israelís invadieron Egipto por el Canal de Suez, llevando la guerra a la retaguardia egipcia mientras que su propio ejército se defendía en Israel contra los invasores. Esto decidió rápidamente el resultado de la guerra.

Una importante ampliación a la obra de Clausewitz es el libro “Guerra sin restricciones” publicado en 1999 por los coroneles del ejército chino Qiao Liang y Wang Xiangsui donde tratan la llamada “guerra asimétrica” y en la que postulan la utilización de cualquier clase de lucha —sin tener en cuenta ninguna objeción ética— ante una potencia abrumadoramente superior en fuerza, tecnología o influencia diplomática, recogiendo, de alguna manera, las experiencias de los conflictos mundiales desde la Guerra de Vietnam: Argelia o Afganistán son dos ejemplos.

Una vez explicados muy por alto los principios estratégicos que condicionan la defensa de un Estado, podemos definir cómo se debe implementar la misma:

  1. El Comandante del Ejército tiene bajo su control los medios del Estado para el uso de la fuerza. Es lógico que, en virtud de la doctrina descrita, desee aumentar hasta donde pueda el número de sus efectivos, las armas con las que se les dota y la preparación a la que se les somete, pero es una situación peligrosa para la estabilidad del propio Estado ya que no deja de ser la persona que puede utilizar la fuerza. El poder del Ejército debe ajustarse, en primer lugar, al tipo de operaciones que tendría que afrontar eventualmente.
  2. La defensa pasiva del territorio puede, y debe, encomendarse a fortificaciones militares defendidas por una milicia, como expresión del concepto “el pueblo en armas”, formada por reservistas suficientemente preparados y obligados a servir un determinado periodo cada año.
  3. Las áreas objeto de esta defensa pasiva deben ser:

  • La capital del Estado,
  • Sus zonas industriales,
  • Sus vías de comunicación con sus mercados habituales,
  • La zona que se designe como defensa final ante una eventual derrota.

  1. El Ejército debe estar integrado por un pequeño número de profesionales y debe contar con los más adecuados medios de combate y transporte así como el armamento más eficaz para el cumplimiento de su misión.
  2. El Ejército debe estar preparado para desplazarse a otros países en los que puede verse obligado a intervenir en defensa de los propios intereses de su país o de otro país aliado.

Deben dejarse de lado, pues, los gastos superfluos en armamento ofensivo cuya utilización sea, cuando menos, dudosa: grandes portaaviones o poderosos submarinos son suficientes ejemplos.

Por principio, parece que aún no aceptado por los responsables de la Defensa Nacional española, debemos tener presente que SIEMPRE es necesaria la Infantería para ocupar el territorio afectado por una guerra. Los norteamericanos pueden dar fe de ello tras su conquista de Iraq y de Afganistán. La Aviación o la Marina de Guerra solo actúan en su apoyo. Invertir muchos más recursos en los medios secundarios que en el principal carece, sencillamente, de sentido. Y, lamentablemente, se constata la carencia de unos vehículos de transporte con un blindaje suficiente, de unas aeronaves propias para el transporte de personal dependiendo de vehículos extranjeros como en el fatídico caso del Yak-42, mientras se botaba el portaaeronaves “Príncipe de Asturias” , que hubo que dar de baja porque el Ejército no podía asumir el mantenimiento del mismo o se construye un nuevo submarino llamado S-81 'Isaac Peral' que en sus primeras pruebas se hunde por exceso de peso.