IV. EL ESTADO
En
1847, Austen Henry Layard, descubrió el palacio de Senaquerib y en él un
conjunto de aproximadamente 22.000 tablillas de escritura cuneiforme que se
estima son los primeros textos escritos de la humanidad. Otro conjunto de 15.000
tablillas del mismo tenor fueron halladas en Nippur en 1880. Una vez traducidas
vemos que en ellas se nos cuenta, entre otras cosas, la historia de Atrahasis también conocido como Utnapishtim
(para los babilonios) o Ziusudra (para los sumerios). Están fechadas en el año
1600 A.C., aproximadamente. En ellas se relata el Diluvio Universal y la
existencia de varios dioses, el principal y suprema divinidad sería el dios del
aire Enlil. Se supone que uno de estos dioses (Enki) creó a los hombres para
que les sirvieran y adoraran y les enseñaron la ganadería, la agricultura, la
medicina y otras artes. El texto original dice: “Después que An, Enlil, Enki y Ninhursag hubo creado al (pueblo) de los
cabezas negras”.
La
Biblia recoge, muchos años después, estas historias en el llamado Libro de Enoc
donde dice lo siguiente en su capítulo 106:
1 Pasado un tiempo
tomé yo, ‘Enoc, una mujer para Matusalén
mi hijo y ella le
parió un hijo a quien puso por nombre
Lamec diciendo:
"Ciertamente ha sido humillada la
justicia hasta este
día". Cuando llegó a la madurez tomó
Matusalén para él una
mujer y ella quedó embarazada de él
y le dio a luz un
hijo.
2 Cuando el niño nació
su carne era más blanca que la nieve,
más roja que la rosa,
su pelo era blanco como la lana pura,
espesa y brillante.
Cuando abrió los ojos iluminó toda la
casa como el sol y
toda la casa estuvo resplandeciente.
3 Entonces el niño se
levantó de las manos de la partera,
abrió la boca y le
habló al Señor de justicia
4 El temor se apoderó
de su padre Lamec y huyó y fue hasta
donde su padre
Matusalén.
5 Le dijo: "He
puesto en el mundo un hijo diferente, no es
como los hombres sino
que parece un hijo de los ángeles
del cielo, su
naturaleza es diferente, no es como nosotros;
sus ojos son como los
rayos del sol y su rostro es esplendoroso.
6 "Me parece que
no fue engendrado por mí sino por los
ángeles y temo que se
realice un prodigio durante su vida.
El niño al que se refiere el texto es Noé y, obviamente, es
el protagonista del capítulo sobre el Diluvio Universal.
Para nuestro estudio es indiferente saber si realmente se
trataba de dioses, ángeles, extraterrestres o eran meras invenciones. Tampoco es
significativo que los hechos que se transcriben ocurrieran 7000 años antes de
ser escritos (las ruinas de la ciudad de Ur y el comienzo de la agricultura
están fechados en el 9000 A.C.). Lo realmente importante es un esquema de
pensamiento que se hunde en la prehistoria y que, de alguna manera, sigue
vigente hoy en día: los dioses son los dueños del mundo y crean a los humanos
para que les sirvan y, además, los alaben. Además los dioses tienen hijos con
las hembras humanas, por lo que es lógico que estos hijos de los dioses sean
propietarios de un reino determinado y que sus ciudadanos los tengan que
mantener. Alejandro Magno (350 A.C.) era hijo de Heracles-Amon según le
confirmaron en el templo de Siwa, los faraones eran hijos de Ra, Julio César
era descendiente de la diosa Venus, el actual emperador japonés es descendiente
de Amaterasu Omikami, deidad del Sol y hasta el Pontífice Romano de la Iglesia
(ekklesia = asamblea de ciudadanos) Católica (katholikós = universal) gobierna
el Estado del Vaticano en representación de Dios.
Hace unos 10.000 años la agricultura ya proporcionaba al
hombre un abastecimiento de comida más pleno y seguro, y posibilitaba un amplio
incremento de la población en las zonas donde se practicaba. Como las cosechas
eran fijas y tenían que atenderse, los agricultores debían permanecer en un
solo lugar. Además suponía que en un mal año, climatológicamente hablando, se
exponían a morir de hambre o a tener que despojar a otros hombres de sus
reservas alimenticias, con lo que los que se morirían de hambre serían los
otros. Para su protección mutua los labradores se congregaban en pueblos que,
poco a poco, se convertían en ciudades. Así surgió la civilización, término
derivado de una palabra latina que significa “ciudadano”.
La primera asociación humana proviene directamente de la
familia que posteriormente se agrupa en tribus y más adelante en gens. Al congregarse
en pueblos, los ciudadanos conseguían más beneficios que la mutua protección:
- Mayor facilidad para obtener productos necesarios para su propia supervivencia, como herramientas.
- Mejor alimentación, con mayor consumo de carne y pescado.
- Además se libera del trabajo físico de la agricultura y ganadería a ciertos individuos que descubren la alfarería o la fundición de los metales, lo que mejora aún más las condiciones de vida al permitir la fabricación de arados para cultivar grandes extensiones de terreno o la fabricación de hachas que permiten la tala de bosques y su transformación en tierras de labor.
Es importante observar que la comunidad es anterior en el tiempo a la sociedad. Aunque ambos conceptos coinciden en representar
relaciones recíprocas que tienden a la unión, no son en realidad lo mismo. En
el primer caso se concibe dicha unión como algo “real y orgánico” mientras que
en el segundo sería algo “ideal y mecánico”. Comunidad en general la hay entre
todos los seres vivos y es algo que está en la naturaleza de las cosas y se
aplica a un grupo de individuos que comparten una identidad común. En cambio el
término sociedad representa un grupo de personas que conviven pacíficamente
pero no están esencialmente unidos sino separados y así permanecen a pesar de
todas la uniones de tipo legal que se establezcan. La comunidad es algo
espontáneo mientras que la sociedad es algo impuesto. Un buen ejemplo sería la
Comunidad de Vecinos: los propietarios de unas viviendas ubicadas en el mismo
edificio o en la misma zona residencial tienen, sin duda, intereses comunes que
defienden a costa de los intereses de otras comunidades. Sin embargo, pese a la
disparidad de sus intereses, todas las comunidades de vecinos pertenecen a una
sociedad llamada “ciudad” que es la que establece la unión de las mismas por
medio de las leyes.
La constitución de un Estado desemboca en un pacto que
realizan todos los hombres, quedando subordinados entre sí a un gobernante que
es el que debe procurar el bien para todos y debería ser una organización
política que limite o prohíba al hombre atentar contra la vida de los otros, es
decir, que supere el estado de la naturaleza garantizando la paz.
Por medio de este pacto se produce la transferencia de los
derechos individuales a un poder absoluto. Un poder que elimine el peligro de
una guerra de todos contra todos que se deriva de la condición libre del hombre
en la cual cada uno tiene derecho a todo lo que hay lo que, debido a la
escasez, origina conflictos.
El poder es la tendencia que manifiestan los hombres para
conseguir un bien futuro que se les presenta como bueno. Se manifiesta este
deseo cuando se comparan y desconfían entre sí por el anhelo de reconocimiento
y preservación de la vida, que se relaciona con el honor. El problema surge
cuando se producen conflictos entre lo que conviene a uno respecto de lo que
conviene a otros. Para solucionar este problema existen normas que exponen que
su relación con los otros hombres debe ser exactamente igual que la que les
permitiría a los demás en su trato con él.
En estos casos, como hemos dicho, el Estado se constituye
mediante un pacto que autoriza al soberano a hacer una política ilimitada que
garantice la paz y la seguridad de sus súbditos y será legítimo mientras logre
estos objetivos. Otra forma de explicarlo sería diciendo que por medio de este
pacto, los hombres, racional y voluntariamente, delegan su libertad a favor de
un soberano para poner fin a los conflictos de intereses y para garantizar la
seguridad y la paz, quedando en libertad los ámbitos en los que la ley no
interviene. La voluntad del Estado es la voluntad de los individuos que dan su
consentimiento en el pacto.
Este poder fue ostentado en un principio, hasta donde llegan
nuestras fuentes escritas, por un tipo especial de personas (llámense hijos de
un dios, titanes, héroes, o cualquier otro apelativo) que tenían en común su
gran estatura y su fuerza colosal, y probablemente en virtud de estas dos
características que bien pudieran deberse a una mejor alimentación, lograban
imponer su liderazgo. (Génesis 6:4: “Y había titanes en la tierra en aquellos
días también, después que se unieron los hijos de Elojim a las hijas de los
hombres, y les engendraron hijos. Éstos fueron los héroes que en la antigüedad
fueron varones de renombre”). (Deuteronomio 9:22: “… un pueblo grande y alto,
los hijos de los ananeos, a quienes conoces y de quienes has oído decir:
“¿Quién puede resistir ante los hijos de Anac?”. La palabra ananeos es otra
versión de la palabra “anunnakis” y la palabra “Anac” es otra versión de la
palabra “Anu”, dios del cielo y cuyos hijos fueron los anteriormente
mencionados Enlil y Enki, por lo que la palabra ananeos es sinónimo de “hijos o
descendientes de Anac o Anu”). Los titanes eran en la mitología griega una raza
de poderosos dioses mitad celestiales y mitad humanos que gobernaron durante la
legendaria edad de oro.
Esta forma de entender el Estado por medio de reinos de
carácter privado (“El Estado soy yo”,
diría Luis XIV en 1655) ya fue considerada indeseable en tiempos tan remotos
como el siglo V A.C., fecha en la cual la ciudad de Atenas instaura una forma
de organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la
sociedad: la Democracia, si bien es cierto que aún hoy en día podemos ver casos
de feudos personales gobernados por los llamados “Señores de la guerra”.
A mediados del siglo XVII se produce la llamada “Revolución Científica” que conlleva un
cambio de actitudes ante la forma de estructurarse el Estado. Es, quizás en
parte, el origen de la llamada “Revolución Gloriosa” acaecida en Gran Bretaña
en el año de 1688 y motivada por el deseo de Jacobo II en reclamar el Derecho
Divino de la Corona, caso curioso ya que su propio hermano Carlos II había
pagado con su cabeza la misma pretensión ante el levantamiento liderado por
Oliverio Cromwell. Desde esa fecha de 1688 quedó claramente establecido en Gran
Bretaña que la soberanía pertenece al Parlamento en representación del pueblo.
En 1776, la Declaración de Independencia de los Estados
Unidos decía: “Sostenemos como evidentes
por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que
son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos
están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar
estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del
consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de
gobierno se vuelva destructora de estos principios, el pueblo tiene derecho a
reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que base sus cimientos en
dichos principios, y que organice sus poderes en forma tal que a ellos les
parezca más probable que genere su seguridad y felicidad”.
En 1789 la Revolución Francesa publica la “Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano”, claramente inspirada en la Declaración de la Independencia
de los EE.UU. y dice en su preámbulo: “Los
representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea nacional,
considerando que la ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del
hombre son las únicas causas de las calamidades públicas y de la corrupción de
los gobiernos, han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos
naturales, inalienables y sagrados del hombre, a fin de que esta declaración,
constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social, les recuerde
sin cesar sus derechos y sus deberes…”.
Así pues, desde finales del siglo XVIII es mayoritariamente
aceptado que la soberanía pertenece al pueblo y que la capacidad de un soberano
para hacer una política ilimitada es cosa que pertenece al pasado. Solamente
los representantes de los ciudadanos libremente elegidos serán a partir de esa
fecha los autorizados para fijar los límites de las leyes que regirán la vida
de todos los habitantes del país, con independencia de la voluntad personal del
soberano.
Las ideas que dieron origen a ambas revoluciones estaban
plasmadas en una obra de Jean Jacques Rousseau titulada “El Contrato Social”, escrita en 1761 y que no tuvo especial
repercusión en aquellos países en los que la Iglesia Católica era un poder
fáctico porque fue incluida en el Índice de libros prohibidos de la Inquisición
española (en latín, desde 1612, Index
Librorum Prohibitorum et Derogatorum), por lo que su circulación en dichos
países estaba estrictamente prohibida. Su argumentación se basa en pocos y
escogidos argumentos:
- La condición humana se encuentra escindida entre el hecho y el derecho. El hombre puede construir una sociedad justa porque el mal no está en el individuo sino en su relación con la sociedad.
- Es legítimo el recurso a la violencia cuando el déspota impone leyes injustas. La historia ha destruido la igualdad entre todos los hombres que es propia del estado de la naturaleza.
- La reconciliación entre naturaleza y sociedad se ha de propiciar por medio de la educación y las leyes...
- La soberanía (considerada como “el ejercicio de la voluntad general”) pertenece al pueblo y es absoluta, indivisible e inalienable, a diferencia de la opinión mantenida por la monarquía absoluta y, en general, por cualquier forma de poder autocrático.
Hoy en día, estos principios se encuentran recogidos en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El Gobierno es el intermediario establecido entre el
soberano y los ciudadanos. A él le corresponde la ejecución de las leyes y el
mantenimiento de las libertades tanto civiles como políticas. Puesto que su
poder ejecutivo es delegado, todos sus miembros deben poder ser destituidos por
el pueblo.
Hay tres formas de Gobierno positivas, que pueden derivar en
otras tantas negativas:
POSITIVAS NEGATIVAS
- MONARQUÍA TIRANÍA
- ARISTOCRACIA OLIGARQUÍA
- DEMOCRACIA LICENCIA
Corresponde a los ciudadanos, al constituir el Estado o al
modificar su Constitución, decidir el sistema de gobierno que han de adoptar.
Entre los legisladores más célebres por haber hecho
constituciones se encuentra Licurgo (en torno al siglo VIII A.C.), que
desarrolló la de Esparta, distribuyendo la autoridad entre el Rey, los
aristócratas y el pueblo, con lo que fundó un régimen que duró más ochocientos
años y garantizó perfecta tranquilidad al Estado. Es el origen de lo que hoy
llamamos separación de poderes y daría lugar a las opiniones vertidas por el
Barón de Montesquieu en su obra: “El
espíritu de las Leyes” (1748) en las que se muestra partidario de que los
poderes ejecutivo, legislativo y judicial no deben concentrarse en las mismas
manos. Hoy en día es también la opinión mundial mayoritaria.
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