XVI. LA RELIGIÓN
Se
denomina Religión al conjunto de creencias en relación con lo considerado
sagrado y, particularmente, las relacionadas con la divinidad.
Las
personas religiosas creen que existió (y sigue existiendo) uno o varios seres
responsables de la creación del hombre ya que así fue revelado por nuestros
antepasados. Este/os ser/es también les dijeron a nuestros ancestros que
también habían creado el Universo. No debemos considerar al ateísmo como lo
contrario de la religiosidad pues este papel corresponde, sin duda, al
evolucionismo. Los evolucionistas creen que el Universo fue creado por una gran
explosión que denominan el Big-Bang y que los compuestos químicos allí
generados fueron evolucionando hasta llegar a convertirse en el homo-sapiens. Hay
también voces que proclaman que los dioses responsables de la creación del ser
humano eran en realidad criaturas mortales llegadas de otro planeta y que por
manipulación genética convirtieron a una especie de simios en los humanos
actuales.
En las
mitologías griega, egipcia, nórdica o maya, por poner solo algunos ejemplos, no
se pone en duda la mortalidad de los dioses. Así Cronos castró a su padre Urano
y se comía a sus propios hijos, situación similar a la referida en la mitología
sumeria donde Anu es castrado por Kumarbi. En la egipcia, Seth castra a Osiris
después de haberlo matado y cortado su cuerpo en trozos. En la mitología
nórdica, Odín es el dios supremo y no solo será muerto en el Ragnarök o guerra
del fin del mundo, sino que además será devorado por un lobo. Respecto a la
mitología maya, de acuerdo a los testimonios descritos por Diego de Landa, los
mayas decían que Kukulkán existió como una persona que llegó del poniente,
antes, después, o al mismo tiempo de que los itzáes (que son un pueblo maya) llegaran a Chichén Itzá.
También
en la religión cristiana, quien así lo desee, se puede entender que se
mencionan varios dioses, no solo por la Santísima Trinidad o por la dualidad
entre Dios y Satanás o por la expresión Elohim (Génesis 32.28) que significa literalmente
“dioses”. En el mismo libro (Génesis 6.1-4) se dice que los hijos de Dios
tomaron como mujeres a las hijas de los hombres. En el libro de Enoc (capítulo
6.2) a estos hijos de Dios se les denomina Vigilantes y se les menciona como personas
físicas a las que Enoc le está permitido visitas en su casa y con las que
conversa en términos amistosos. Parece que serían personas físicas y, como tal,
sujetas al poder de la muerte. Como dato no del todo anecdótico podemos ver que
en Génesis 4.14 sobre la maldición de Caín por la muerte de su hermano se puede
leer “…seré errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me
hallare, me matará”. Son palabras de Caín en el momento en que se supone que
como humanos solo existen él mismo y sus padres Adán y Eva por lo que es lícito
entender que quien lo podía matar no era un humano.
Pero
con ser un tema interesante, pese a haber sido largamente debatido, no es
especialmente significativo para nuestro objetivo las elucubraciones sobre las
distintas creencias religiosas (o la falta de ellas). Lo que nos interesa en
este momento es dejar claro que, al menos para las personas creyentes de una u
otra religión, Dios o los dioses crearon al ser humano para que les adorara y
les sirviera. Y esto en todas las religiones. Además hay unas personas
encargadas de recordarnos permanentemente esta nuestra obligación.
Para
resumir: la Tierra, y todo lo que en ella existe, es propiedad de Dios puesto
que Él la creó. Los seres humanos fueron creados para dominar la naturaleza y
el resto de los seres vivos, servir y alabar a Dios. A eso se reduce la
filosofía de la vida. El resto son cuestiones meramente temporales sin
trascendencia real para la obtención de la vida eterna, que es el fin ansiado
de los creyentes.
Como
intermediarios entre la divinidad y los fieles se encuentran los sacerdotes,
que conforman una casta con su propia jerarquía. Su obligación fundamental
estriba en interpretar los textos sagrados, dirigir el culto y velar por la
disciplina religiosa.
El
mandato que siguen los Sumos Sacerdotes de cualquier religión es el recogido en
Lucas 19:11-37, en el que el Señor
escoge a diez sirvientes y les dice: “tomad una parte de mis propiedades y
negociad con ella hasta que vuelva”. El mejor recompensado es aquel que, a su
vuelta, le entrega un beneficio neto de nueve veces lo administrado, y aún es
válido aquel que le entrega un beneficio de cuatro veces lo administrado, pero
es reprendido y castigado aquel que le devuelve lo mismo que le dejó en
custodia. Tenemos algún ejemplo del motivo de ser elegidos jerarcas de su
Iglesia: los jerifes son descendientes directos del Profeta Muhammad (Mahoma) y
entre ellos podemos encontrar al rey Abdala II de Jordania o al rey Mohamed VI
de Marruecos en el caso de la religión musulmana. El Papa católico y el
Patriarca ortodoxo son sucesores directos del Apóstol San Pedro en quien
Jesucristo fundó su Iglesia. El Emperador japonés es a su vez el Sumo Sacerdote
de la religión sintoísta dado que desciende directamente de la Diosa del Sol,
llamada Amaterasu. En la religión judía los rabinos deben pertenecer a la tribu
de Leví y además ser descendientes directos de Aarón, a quien el propio Moisés
encomendó tal labor (Éxodo 32:29).
Solamente
desde este punto de vista podemos entender el contraste entre la pobreza y la
humildad de la inmensa mayoría de los sacerdotes y la riqueza y la opulencia de
su Iglesia: los bienes de la Iglesia pertenecen a Dios y los sacerdotes no
hacen más que administrarlos con la intención de poder entregarle, cuando
vuelva, diez veces más que la cantidad inicial. También nos permite ver desde
otro punto de vista las llamadas guerras de religión que vendrían a tener por
objetivo arrebatar tesoros a otro dios para entregárselos al nuestro.
El
interés supremo de las distintas Iglesias regidas por sus propios sacerdotes
es, pues, promover el culto y la adoración a su propio dios y el respeto a unos
determinados principios morales. Todas las demás cuestiones (poder, riquezas,
bienestar social, etcétera) quedan relegadas a un segundo plano.
No
necesitamos indagar profundamente para averiguar cómo se pueden llevar a cabo
de la mejor manera estos principios. Por un puro principio de efectividad, el
primer paso para conseguir que los seres humanos acepten a su dios como el
verdadero Dios y le rindan homenaje y le entreguen sus pertenencias sería la
colaboración indubitada del gobernante de turno. De esta forma las distintas
leyes que se promulguen irán siempre a favor de los principios morales
establecidos por su divinidad y la conculcación de éstos será considerada
desobediencia a las leyes y, por lo tanto, debidamente castigada.
Por el
mismo principio de efectividad, resulta conveniente la existencia de un solo
gobernante con poderes absolutos o lo más cerca posible a tenerlos. De esta
forma se reduce el ámbito de las personas a tener bajo control: el rey y su
familia. Unas palabras susurradas a su oído conseguirán importantes donaciones
a favor de la Iglesia.
El
control sobre el gobernante se produce, por norma general, utilizando tres
medios a la vez:
- El miedo al castigo eterno. Si el gobernante no favorece el culto a la divinidad se verá aquejado de una sucesión de males el mayor de los cuales será no disfrutar de la vida eterna en compañía de la divinidad.
- El control económico de la sociedad. Si las riquezas de la sociedad pertenecen a la Iglesia el margen de maniobra de los gobernantes se reduce a cuestiones secundarias del tipo de garantizar el orden público, ya que se hace efectiva la máxima de quien paga, manda. Tenemos un ejemplo histórico que muestra el poder del tesoro divino: Alejandro Magno emprendió su campaña por Asia Menor desde Grecia y, en un momento dado, cambió su dirección para dirigirse a Egipto donde fue coronado como Faraón. Sin embargo la verdadera importancia de su conquista estriba en su visita al oráculo del dios Amón en el templo de Siwa. Éste le reconocerá como su hijo, lo que tendrá la consecuencia de que pueda disponer libremente de los tesoros de su padre que habían sido administrados hasta ese momento por los sacerdotes de Amón. Con este dinero pudo continuar la conquista del imperio persa y llegar hasta la India.
- La educación. Los sacerdotes son personas muy cultas y muy preparadas (comentaba un sacerdote católico que ellos pasaban cinco años de estudio para salir soldados rasos, cosa que no ocurre en ninguna otra actividad). Interviniendo en la educación de los líderes se les puede inculcar desde niños el respeto a determinadas normas y el culto a la divinidad.
Un
efecto colateral es que, en estas circunstancias, los ciudadanos queda
expuestos a un poder dictatorial ostentado “por la gracia de Dios” que les
reduce a la condición de semi-esclavos.
También
la Historia nos muestra un ejemplo claro de lo anterior:
La
publicación de la obra de René Descartes titulada “El discurso del método” dará
lugar al surgimiento de otros, como Baruch Spinoza (“Tratado teológico-político”)
o Thomas Hobbes(“Leviatán”) hasta llegar a Jean-Jacques Rousseau cuya obra “El
Contrato Social” acabará inspirando la Constitución de los Estados Unidos y,
posteriormente, la Revolución Francesa. El resultado de estos movimientos
(resulta evidente) es el fin de la monarquía absolutista y el nacimiento de la
ilustración. Los monarcas absolutistas europeos del momento (Rusia, Austria y
Prusia) se reúnen en el llamado Congreso de Verona en 1822 y acuerdan condenar
cualquier gobierno liberal y la libertad de prensa por lo que deciden enviar a
España a los llamados “100.000 hijos de San Luis” para restaurar el absolutismo
y terminar con el movimiento denominado Despotismo ilustrado y las ideas
liberales que venía defendiendo el gobierno del momento.
No
todas las actuaciones impulsadas por la Iglesia se ejecutan de forma tan
cruenta. Algunas se basan en la manipulación y el engaño, pero todas tienen el
mismo fin: promover el culto, la adoración y el enriquecimiento de su Iglesia
en tanto que representa a su dios. Otro ejemplo interesante es la manipulación
de las ideas de Rousseau en relación a la capacidad de decisión de los
ciudadanos llevándolas al absurdo. Se postula que los ciudadanos pueden y deben
decidir en todos los asuntos que les puedan afectar aunque no tengan
conocimientos para valorar las consecuencias de los mismos. Es el caso
hipotético de suponer que habría que decidir por mayoría las penas a imponer a
unos criminales condenados por robo u homicidio, o si el color de los inodoros
de los aeropuertos debe ser blanco o negro. Hay, evidentemente, asuntos de
carácter técnico que deben ser decididos por quienes están debidamente dotados
de los conocimientos necesarios, pero extendiendo la idea de la necesidad de
decidir democráticamente cualquier asunto por técnico que éste sea se reduce al
absurdo el ideal del conocimiento y la decisión del pueblo sobre sus propios
asuntos y se favorece el control del mismo por parte de los gobernantes que
están, a su vez, controlados por la Iglesia.
El
anticlericalismo ha sido también, como puede deducirse, manipulado para mutar
su idea de evitar el control de la Iglesia por el odio a sus sacerdotes que se
limitan a seguir las enseñanzas de su dios, a veces en medio de extrema pobreza
y necesidad.
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