XVIII. EL DINERO
Dinero es
todo medio de intercambio común y generalmente aceptado por una sociedad que es
usado para el pago de bienes y servicios.
Se han
utilizado como dinero diversos artículos que hoy se nos antojarían como raros o
exóticos: el tabaco, las conchas, las cabezas de ganado, etcétera, aunque para
todos los efectos prácticos el dinero fue, la mayoría de las veces, un metal
más o menos precioso. Se prefería el uso del oro, la plata y el cobre por ser
los minerales más escasos en la naturaleza, lo que les garantizaba mantener su
valor. También por ese mismo motivo, en algunas épocas se utilizó el hierro.
El
sistema utilizado era sencillo y eficaz: el metal se fundía en piezas de un
peso preestablecido, y estas piezas eran utilizadas para cambiarlas por los
artículos o servicios deseados. Sin embargo, este sistema tenía una debilidad:
los propios metalúrgicos podían reducir la cantidad de metal y sustituir esta
merma con metales de calidad inferior. Así no era extraño que lo que debiera
ser una moneda de oro fuera, en realidad, una moneda de oro y cobre. Como
garantía del peso y pureza de las monedas los soberanos empezaron a poner sobre
ellas un cuño, lo que se supone daría más confianza a los ciudadanos en el
valor de dicha moneda. De paso, el rey se embolsaba una parte del metal en
concepto de gastos de acuñación.
La
acuñación de monedas era sumamente práctica pero era también una invitación a
grandes fraudes públicos. Los gobernantes comprendían que podían reducir la
cantidad de metal en sus monedas, tal y como lo habían hecho anteriormente los comerciantes.
Así podían comprar más artículos con la misma cantidad de oro y plata. Un buen
ejemplo es el sistema monetario de Roma, donde el continuo envilecimiento de la
moneda llevó a que, en tiempos de Aureliano, la moneda básica de plata tenía
aproximadamente un 95% de cobre.
El
valor de cambio entre el oro y la plata se mantenía estable en torno a 12 unidades
de plata equivalentes a una unidad de oro. Hubo situaciones inesperadas que
modificaron este patrón de cambio, como la explotación por parte de España de
las minas de plata de Potosí, aunque fueron esporádicas. A finales del siglo
XIX la razón del cambio estaba en 15,50 unidades de plata por cada unidad de
oro.
Jean
Bodin escribió en 1576 una obra titulada “Los seis libros de la República”
(obsérvese que el vocablo República no tiene nada que ver con su moderna
acepción ya que aún faltaban doscientos años para la Revolución Francesa, a
raíz de la cual se fundaría la República Francesa). Esta obra es el primer
tratado sobre la estructura de un Estado moderno, pese a que él mismo reconoce
que se basa en ideas ya expresadas anteriormente por otros pensadores. En su
libro sexto y capítulo III analiza en detalle el tema de la moneda, y reconoce
que corresponde al gobernante el derecho de acuñación de la misma. Lo
siguientes párrafos pertenecen a esa obra:
“La ley
y el peso de la moneda debe ser regulado adecuadamente, para que ni príncipes
ni súbditos la falsifique a su antojo”.
“La
razón de ser de todos los falsificadores, cercenadores y alteradores de moneda,
radica en la mezcla de metales”.
En
algún momento del siglo XVII se introdujo el papel moneda que tiene su origen
en los resguardos de haber depositado algún producto, del tipo de oro o plata,
aunque en España se popularizó el resguardo de los vellones de lana merina
depositada en los almacenes reales y se llamaban Reales de vellón. Viene a ser
un equivalente a las actuales papeletas de los Montes de Piedad relativos a las
joyas empeñadas. La gente empezó a aceptar como dinero dichos resguardos para
sus transacciones comerciales.
Los
billetes emitidos tendrían, en este caso, exactamente el mismo valor que el
depósito que reflejan ya que con ellos en la mano se podría dirigir cualquier
ciudadano al banco emisor y exigir la entrega de los bienes depositados, sean
éstos oro, plata, tabaco o fardos de lana. El banco no tiene, legalmente,
capacidad para comerciar con el depósito original y tiene, además, la
obligación de garantizar el valor de sus billetes en defensa de aquellos
clientes que los adquieran a crédito, ya que si el banco tuviera potestad para
modificar el valor de los billetes, emitiendo, por ejemplo, billetes por un
valor superior a las mercancías depositadas, el cliente se vería obligado a
devolver una mayor cantidad de billetes para que su valor se iguale al del
depósito inicial. El banco, además, estaría obligado a informar previamente de
la composición de la cesta de bienes respecto a la cual pretende mantener
constante el valor de sus billetes.
En
1944, los acuerdos de Bretton Woods modifican todas estas consideraciones y
establecen que solamente el dólar norteamericano será convertible en oro. El
resto de las monedas tendrán que cambiarse previamente a dólares. De esta forma
las monedas, que tenían un valor previamente establecido por su conversión en
oro (decían los billetes: “El Banco de España pagará al portador la cantidad de…
pesetas”), pasan a convertirse en dinero fiduciario, es decir que no se
respalda por metales preciosos ni nada que no sea una promesa de pago por parte
de la entidad emisora y su valor se
establece meramente por la confianza en dicha entidad. En 1971 el presidente norteamericano
Richard Nixon terminó con la convertibilidad del dólar en oro. A partir de esa
fecha el dinero emitido por los distintos países carece por completo de un
respaldo material efectivo. En cualquier momento un Estado puede observar que
su moneda deja literalmente de tener valor y no le sirve para ninguna
transacción ya que se ha perdido la confianza en la misma.
El 15
de diciembre de 1995, un grupo de países pertenecientes a la entonces llamada
Comunidad Económica Europea decidieron en Madrid la creación de una moneda
única, lo que originó la llamada Zona Euro, ya que el euro fue el nombre de la
nueva divisa.
En el
año 2000, fecha de su inicio, un dólar americano se cambiaba por 0,9239 euros, y al año siguiente por 0,8956
euros. A partir de aquí el valor del euro se incrementa hasta que actualmente
se cambia un euro por 1,36 dólares. Dado que el valor de una moneda depende de
dos cosas que son la confianza en su emisor y la confianza en el emisor de la
moneda con la que la comparamos, parece que el Banco Central Europeo ofrece más
confianza que la Reserva Federal Americana, pero no es así.
Del
mismo modo que los gobernantes romanos garantizaban que su moneda era de plata
siendo la verdad que era de cobre, los actuales gobernantes hacen lo mismo
valiéndose de otros sistemas. A esto se le llama inflación: con la misma
cantidad de riqueza se pueden comprar más bienes y servicios porque se puede
fabricar más dinero mientras que la suma total del valor del dinero emitido
sigue siendo la misma.
Estados
Unidos fue el origen de la crisis de 2007 y fueron los primeros en sufrir sus
consecuencias. Además se encontraban en medio de una guerra comercial por China
a quien había solicitado que revaluara su propia moneda, el Yuan. En uso de su
poder mundial y como medida muy eficaz, la Reserva Federal decidió emitir dólares sin limitación alguna.
A consecuencia de esta abundancia de dólares, y por los motivos anteriormente
explicados, el valor del dólar disminuyó sensiblemente en relación al euro. No
así respecto al Yuan por diversos motivos que no vienen al caso.
La
conclusión fue que las mercancías producidas en la zona euro se encarecieron
sensiblemente para los norteamericanos y dejaron de ser deseables, mientras que
en Europa los productos norteamericanos bajaron de precio y volvieron a ser
demandados. Los trabajadores americanos volvieron a tener trabajo y las
empresas de los países exportadores europeos incrementaron notablemente sus
beneficios, mientras que los países más atrasados en su desarrollo industrial,
especialmente los del sur de Europa, entraron en declive y no han sido capaces
de remontar la crisis.
Una
reflexión falsa nos llevaría a pensar que esta situación es positiva para
España dado que es netamente importadora de productos energéticos como el gas y
el petróleo y el bajo precio del dólar, moneda en que se pagan estos productos,
nos rebaja la factura de forma muy sensible.
La
reflexión es falsa y se puede demostrar fácilmente:
El principal problema de la economía española es el déficit comercial.
Desde 1974, España necesita comprar en el exterior más de lo que es capaz de
vender. Solamente con el turismo es capaz de mantener el déficit en tasas no
excesivamente escandalosas.
El déficit en la balanza comercial hay que pagarlo de tres maneras:
Con cargo a las reservas del
Banco de España.
Entregando a los extranjeros el
control de las empresas nacionalizadas.
Endeudándose.
Dado que esta situación no se puede prolongar eternamente y ya
llevamos así cuarenta años, es preciso equilibrar el precio de nuestros
productos en euros con el precio de los productos similares existentes en el
mercado en dólares.
No podemos modificar el valor de nuestra moneda, ya que hemos delegado
esta capacidad en el Banco Central Europeo que no opina que, a escala de Zona
Euro, sea positivo proceder a una devaluación.
Tampoco podemos modificar los tipos de interés para modificar las
condiciones de la economía nacional por los mismos motivos. Es una competencia
que hemos cedido al Banco Central Europeo cuya finalidad es controlar la
inflación y no la mejora de la situación económica.
No podemos bajar impuestos, que bajarían el precio final de los
productos, ya que a consecuencia del déficit comercial también contamos con un
déficit presupuestario que excede notablemente al autorizado por el Tratado de
Lisboa.
No podemos continuar endeudándonos porque nuestro endeudamiento en
relación con el Producto Interior Bruto también supera ampliamente al autorizado
por dicho Tratado.
Las empresas públicas que sería posible colocar en el mercado para su
venta no suponen un peso económico suficiente para mejorar la situación.
En conclusión, solo hay una cosa que se pueda hacer: bajar los
salarios. Y como los trabajadores son reacios a dejarse bajar el salario
debemos obligarles. Empezaremos por recortar el acceso al crédito, así las
empresas no pueden financiar sus propuestas industriales e, incluso, se ven
obligadas a cerrar. No solo no se crean puestos de trabajo sino que se
destruyen. Cuando el nivel de desempleo alcance determinados niveles, ya lo
estamos viendo, los trabajadores estarán dispuestos a contratarse por cualquier
cantidad. Llevamos varios años en que los salarios bajan en relación al año
anterior. Se supone que de esta forma se llegará a establecer un nivel de
precios para nuestros productos que los harán competitivos.
Pero la parte de la sociedad que no está afectada por la depresión,
como pueden ser los funcionarios o los pensionistas, aprovechan estas
circunstancias para consumir más productos cuyo precio inicial está basado en
el dólar. Y el déficit comercial continúa, aunque se haya moderado
circunstancialmente.
El
cambio de la moneda, que es el valor del dinero, afecta fundamentalmente al
nivel de vida de una Nación. Y si es artificialmente alto, como el caso actual
del euro para España, contribuye significativamente a mantener el déficit
comercial que origina los mayores problemas económicos de nuestro país:
Falta de actividad industrial.
Desempleo.
Escasez de demanda.
Impuestos excesivos.
Injusta distribución de la
riqueza.
El
dinero es, junto al derecho y la moral, el principal paradigma de la sociedad
moderna y, al igual que aquellos, es objeto de una manipulación abusiva por
parte de los poderes estatales.