viernes, 25 de abril de 2014

La política económica (3/3)


XIII. LA POLÍTICA ECONÓMICA

Tercera parte

 

El Intervencionismo

                                                                               

Ludwig von Mises en su artículo “El fundamento económico de la libertad” publicado en 1960 en The Freeman decía lo siguiente:

“El fundamento económico de este sistema burgués es la economía de mercado, en la cual el consumidor es soberano. El consumidor, es decir, todos nosotros, determina por medio de su compra o su abstención de compra lo que debe producirse, en qué cantidad, y de qué calidad. Los empresarios están obligados, por la instrumentalidad de las ganancias y las pérdidas, a obedecer las órdenes de los consumidores. Sólo pueden florecer aquellas empresas que ofertan en la mejor manera posible, y de la forma más barata, aquellos bienes o servicios que los compradores están más deseosos de adquirir. Quienes fracasan en satisfacer al público sufren pérdidas y finalmente son obligados a cerrar sus negocios”.

Recordemos que Mises es el principal teórico del liberalismo.

Sin embargo, para que se produzca la relación causa-efecto predicha por Mises debe existir el libre mercado. Si el mercado no es absolutamente libre las consecuencias no pueden ser previstas. Ya hemos comentado que al fijar los tipos de interés los Bancos Centrales, no dejando que sea el libre mercado quien los fije, ya se está coartando la libertad de mercado, pero aunque no fuera así tampoco podemos hablar de verdadera libertad de mercado porque las distintas empresas no cuentan con la misma información para tomar sus decisiones: las empresas más poderosas económicamente pueden contratar unos estudios de mercado sobre los que basar sus decisiones empresariales, opción con la que no cuentan las más débiles. La competencia entre ambas nunca puede ser en condiciones de igualdad. Pero, incluso si obviamos este dato, tenemos que la normativa internacional en materias como la protección del medio ambiente o la legislación laboral es muy diversa, originando distintas condiciones de competencia a las empresas de dichos países con respecto al resto. Esto es especialmente importante con la creciente liberalización de los mercados al comercio internacional.

En virtud de estas reflexiones es por lo que la economía mundial, en términos generales, no está absolutamente planificada ni es absolutamente libre: está intervenida en mayor o menor grado por los distintos gobiernos. Uno de los principales motivos es que la protección del mercado doméstico es innecesaria para los países exportadores de maquinaria o de capital,  porque en un sistema de libre comercio venderán más al extranjero de lo que le comprarán. En cambio los países productores de alimentos y materias primas tienen mucho que perder en esas circunstancias debido a la diferencia de precios entre la maquinaria que necesitan importar y los productos que pueden vender: les convendría proteger su propio mercado y fomentar la producción de esa maquinaria dentro de sus fronteras.

De un lado, proteger a las industrias nacionales contra la competencia extranjera genera una tendencia imparable hacia la creación de oligopolios o hacia los monopolios si la ley se lo permite. Esto sería exactamente lo contrario de la libre competencia. Y de otro lado, los acuerdos firmados por los Estados en la Organización Mundial del Comercio han generado que las empresas hayan trasladado sus factorías a países que les aseguran costes muy inferiores tanto en mano de obra como en impuestos o en protección medioambiental. El paro y la desaceleración económica en unos países con la mejora de las condiciones de vida en otros es consecuencia directa de la libre circulación de mercancías y capitales.

Se establece, pues, la necesidad de los distintos Estados de combinar planificación y mercado para defender las condiciones de vida de sus ciudadanos. Hay una forma evidente de realizar la intervención del Estado en la economía del país: aumentar la oferta de dinero disponible para el uso y que después asegure este uso. Se establecieron dos teorías:

  1. La monetarista, teorizada por Milton Friedman en su obra Capitalismo y libertad, que establece que, dado que el Estado puede, teniendo en cuenta el crédito, emitir casi libremente moneda, se puede conseguir la estabilidad económica (y la inflación) controlando el volumen en circulación de la moneda, y
  2. La keynesiana, teorizada por John Maynard Keynes en su obra Teoría general del empleo, el interés y el dinero, que propone que el Estado emita Deuda Pública (que se endeude, para entendernos) y con ese dinero financie obras públicas para lograr el pleno empleo, lo que generará un mayor consumo y, en consecuencia, una mayor recaudación de impuestos con los que se cancelará la deuda inicial asumida. También entiende como asumible un incremento de la inflación que hará que la deuda  inicial sea menor en términos reales.

La teoría keynesiana sufrió un duro revés con la crisis del petróleo de 1979 ya que ésta generó que se importara inflación por la subida de los costes del petróleo importado al mismo tiempo que se mantenía un alto índice de desempleo, lo que, en virtud de esta teoría, sería incompatible. Sin entrar en detalles baste decir que la mejora en el nivel de vida de los ciudadanos de un país abierto al comercio internacional puede que no beneficie a las empresas de dicho país sino a las extranjeras; por este motivo el retorno en forma de impuestos puede que no se dé.

La teoría monetarista, con ciertos retoques, es la que se aplica en todo el mundo. Con el control del volumen de la moneda se controlan los tipos de interés y el tipo de cambio de dicha moneda, lo que permite a las empresas nacionales competir en el mercado internacional.

Desde la formulación de las teorías expuestas: marxista, liberal, keynesiana y monetarista han pasado muchos años y se ha popularizado el ordenador y el compartir datos del volumen de comercio internacional. También han aparecido nuevos instrumentos financieros, como los llamados derivados financieros, que hacen que los países ricos no necesiten tener las industrias dentro de sus fronteras y obtengan su riqueza con las inversiones financieras.

El resultado de los estudios de estos años viene a ser reflejado en la obra de los economistas Michael Porter (La ventaja competitiva de las Naciones), Joseph Stiglitz (El precio de la desigualdad)  y Ha-Joon Chang (23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo), pero la base de las obras citadas sigue estando en los textos anteriormente citados, del mismo modo que éstos se basan en la obra de David Ricardo, Principios de economía política y tributación.

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