sábado, 26 de abril de 2014

La Plusvalía marxista


XIV. El concepto de Plusvalía en la obra de Carlos Marx

 

 

Al ser la fuerza motriz de la obra que dará lugar al concepto de lucha de clases y al estudio del dominio del capitalismo sobre la clase trabajadora, el concepto de Plusvalía es tratado desde el principio en su obra “El Capital”, concretamente en el tomo I.

En su segundo capítulo, en relación al atesoramiento del dinero, dice lo siguiente:

En cuanto comienza a desarrollarse la circulación de mercancías, comienza a desarrollarse también la necesidad y la pasión de retener el producto de la primera metamorfosis, la forma transfigurada de la mercancía, o sea su crisálida dinero.

Ahora, las mercancías se venden, no para comprar con su producto otras, sino para sustituir la forma mercancía por la forma dinero. De simple agente mediador del metabolismo, este cambio de forma se convierte en fin supremo. La forma enajenada de la mercancía tropieza con un obstáculo que le impide funcionar como su forma absolutamente enajenable, como su forma dinero, llamada constantemente a desaparecer. El dinero se petrifica,  convirtiéndose en tesoro, y el vendedor de mercancías en atesorador.

Se refiere a la llamada Ley de Say, según la cual “cuando un productor termina un producto, su mayor deseo es venderlo, para que el valor de dicho producto no permanezca improductivo en sus manos. Pero no está menos apresurado por deshacerse del dinero que le provee su venta, para que el valor del dinero tampoco quede improductivo. Ahora bien, no podemos deshacernos del dinero más que motivados por el deseo de comprar un producto cualquiera. Vemos entonces que el simple hecho de la formación de un producto abre, desde ese preciso instante, un mercado a otros productos.”.

Se ha venido entendiendo de la Ley de Say dos cosas:

1.            Que no puede haber demanda sin oferta. O dicho de otra forma toda oferta genera su propia demanda, y

2.            Que la oferta de un determinado producto genera la demanda de otros productos.

Marx entiende que el dinero puede convertirse en un producto en sí mismo y ser objeto del deseo de ser atesorado.

Dedica el capítulo IV a explicar cómo se transforma el dinero en capital y en el Capítulo V ya trata de la producción de la plusvalía.

Dice literalmente lo siguiente:

El producto es propiedad del capitalista y no del productor directo, es decir, del obrero. El capitalista paga, por ejemplo, el valor de un día de fuerza de trabajo. Es, por tanto, dueño de utilizar como le convenga, durante un día, el uso de esa fuerza de trabajo, ni más ni menos que el de otra mercancía cualquiera, v. gr. el de un caballo que alquilase durante un día. El uso de la mercancía pertenece a su comprador, y el poseedor de la fuerza de trabajo sólo puede entregar a éste el valor de uso que le ha vendido entregándole su trabajo. Desde el instante en que pisa el taller del capitalista, el valor de uso de su fuerza de trabajo, y por tanto su uso, o sea, el trabajo, le pertenece a éste. Al comprar la fuerza de trabajo, el capitalista incorpora el trabajo del obrero, como fermento vivo, a los elementos muertos de creación del producto, propiedad suya también. Desde su Punto de vista, el proceso de  trabajo no es más que el consumo de la mercancía fuerza de trabajo comprada por él, si bien sólo la puede consumir facilitándole medios de producción. El proceso de trabajo es un proceso entre objetos comprados por el capitalista, entre objetos pertenecientes a él Y el producto de este proceso le pertenece, por tanto, a él, al capitalista.

Y pone un ejemplo muy significativo de lo que entiende por plusvalía:

Para poder crear valor, ha de invertirse siempre en forma útil. Pero el factor decisivo es el valor de uso específico de esta mercancía, que le permite ser fuente de valor, y de más valor que el que ella misma tiene. He aquí el servicio específico que de ella espera el capitalista. Y, al hacerlo, éste no se desvía ni un ápice de las leyes eternas del cambio de mercancías. En efecto, el vendedor de la fuerza de trabajo, al igual que el de cualquier otra mercancía, realiza su valor de cambio y enajena su valor de uso. No puede obtener el primero sin desprenderse del segundo. El valor de uso de la fuerza de trabajo, o sea, el trabajo mismo, deja de pertenecer a su vendedor, ni más ni menos que al aceitero deja de pertenecerle el valor de uso del aceite que vende. El poseedor del dinero paga el valor de un día de fuerza de trabajo: le pertenece, por tanto, el uso de esta fuerza de trabajo durante un día, el trabajo de una jornada. El hecho de que la diaria conservación de la fuerza de trabajo no suponga más costo que el de media jornada de trabajo, a pesar de poder funcionar, trabajar, durante un día entero; es decir, el hecho de que el valor creado por su uso durante un día sea el doble del valor diario que encierra, es una suerte bastante grande para el comprador, pero no supone, ni mucho menos, ningún atropello que se cometa contra el vendedor.

Nuestro capitalista había previsto el caso, con una sonrisa de satisfacción. Por eso el obrero se encuentra en el taller con los medios de producción necesarios, no para un proceso de trabajo de seis horas, sino de doce. Si 10 libras de algodón absorbían seis horas de trabajo y se transformaban en 10 libras de hilado, 20 libras de algodón absorberán doce horas de trabajo y se convertirán en 20 libras de hilado. Analicemos el producto de este proceso de trabajo prolongado.

Ahora, en las 20 libras de hilo se materializan 5 jornadas de trabajo: 4 en la masa de algodón y de husos consumida y 1 en el trabajo absorbido por el algodón durante el proceso de la hilatura. La expresión en oro de 5 jornadas de trabajo son 30 chelines, o sea, 1 libra esterlina y 10 chelines. Tal es, por tanto, el precio de las 20 libras de hilo. La libra de hilo sigue costando 1 chelín y 6 peniques. Pero, la suma de valor de las mercancías que alimentan el proceso representaba 27 chelines.

El valor del hilo representa 30. Por tanto, el valor del producto excede en 1/9 del valor desembolsado para su producción.

Los 27 chelines se convierten en 30. Arrojan una plusvalía de 3 chelines. Por fin, la jugada maestra ha dado sus frutos. El dinero se ha convertido en capital.

El proceso de consumo de la fuerza de trabajo, que es al mismo tiempo proceso de producción de la mercancía, arroja un producto de 20 libras de hilo, que representan un valor de 30 chelines. El capitalista retorna al mercado a vender su mercancía, después de haber comprado las de otros. Vende la libra de hilo a 1 chelín y 6 peniques, ni un céntimo por encima o por debajo de su valor. Y, sin embargo, saca de la circulación 3 chelines más de lo que invirtió en ella al comenzar. Y todo este proceso, la transformación de dinero en capital, se opera en la órbita de la circulación y no se opera en ella. Se opera por medio de la circulación, pues está condicionado por la compra de la fuerza de trabajo en el mercado de mercancías. No se opera en la circulación, pues este proceso no hace más que iniciar el proceso de valorización, cuyo centro reside en la órbita de la producción. Y así, todo marcha “pour le mieux dans le meilleur des mondes possibles”.

Y podemos completar sus reflexiones con lo que expone en el capítulo XXIII donde expone lo que denomina la Ley General de la Acumulación capitalista:

Según esta Ley, el incremento en la producción puede tener dos consecuencias:

  1. Que se mantenga la relación entre el coste del trabajo con el resto de los medios empleados. ( maquinaria, materia prima, impuestos y capital, básicamente, aclaro yo), es decir, incrementando el número de trabajadores y
  2. Que se produzca la incorporación de nueva maquinaria o nuevos sistemas de producción que incrementen la productividad sin aumentar el número de trabajadores, o incrementándolo en menor porcentaje.

Además reconoce que en cualquiera de los dos casos puede ocurrir un incremento en la retribución por hora trabajada como consecuencia (él no lo reconoce así aunque lo deja entrever) de la ley de la oferta y la demanda en el ámbito de las relaciones laborales.

En el primer supuesto certifica que resulta un incremento del número de trabajadores y un incremento de su calidad de vida. Dice textualmente:

…, la esfera de explotación y dominación del capital se limita a expandirse junto a las dimensiones de éste y el número de sus súbditos. Del propio plusproducto creciente de éstos, crecientemente transformado en pluscapital, fluye hacia ellos una parte mayor bajo la forma de medios de pago, de manera que pueden ampliar el círculo de sus disfrutes, dotar mejor su fondo de consumo de vestimenta, mobiliario, etc., y formar un pequeño fondo de reserva en dinero.

Su crítica más importante se dirige a la segunda consecuencia. Al respecto dice lo siguiente:

El incremento en la masa delos medios de producción, comparada con la masa de fuerza de trabajo que la pone en actividad, se refleja en el aumento que experimenta la parte constitutiva constante del valor de capital a expensas de su parte constitutiva variable.

El motivo es simplemente que con la productividad creciente del trabajo no sólo aumenta el volumen de los medios de producción consumidos por el mismo, sino que el valor de éstos, en proporción a su volumen, disminuye. Su valor, pues, aumenta en términos absolutos, pero no en proporción a su volumen. El incremento de la diferencia entre capital constante y capital variable, pues, es mucho menor que el de la diferencia entre la masa de los medios de producción en que se convierte el capital constante y la masa de fuerza de trabajo en que se convierte el capital variable. La primera diferencia se incrementa con la segunda, pero en menor grado.

Aprovecha para establecer otro principio, que hace referencia a que la fuerza del trabajo siempre se cobra por atrasado (en nuestros tiempos en la nómina mensual, y en algún caso en las pagas extraordinarias):

La ley de la producción capitalista sobre la que descansa esa pretendida "ley natural de la población" se reduce sencillamente a esto: la relación entre el capital, la acumulación y la cuota de salarios no es más que la relación entre el trabajo no retribuido, convertido en capital, y el trabajo remanente indispensable para los manejos del capital adicional. No es, por tanto, ni mucho menos, la relación entre dos magnitudes independientes la una de la otra: de una parte, la magnitud del capital y de otra la cifra de la población obrera; es más bien, en última instancia, pura y simplemente, la relación entre el trabajo no retribuido y el trabajo pagado de la misma población obrera.

Hace también una aportación que siendo cierta no deja de ser discutible:

Ahora, las mercancías se venden, no para comprar con su producto otras, sino para sustituir la forma mercancía por la forma dinero. De simple agente mediador del metabolismo, este cambio de forma se convierte en fin supremo. La forma enajenada de la mercancía tropieza con un obstáculo que le impide funcionar como su forma absolutamente enajenable, como su forma dinero, llamada constantemente a desaparecer. El dinero se petrifica,  convirtiéndose en tesoro, y el vendedor de mercancías en atesorador.

Está ampliando la Ley de Say que se viene interpretando de dos formas:

  1. Que no puede haber demanda sin oferta. O dicho de otra forma toda oferta genera su propia demanda, y
  2. Que la oferta de un determinado producto genera la demanda de otros productos.

Marx entiende que el dinero puede convertirse en un producto en sí mismo y ser objeto del deseo de ser atesorado.

En relación a lo que aquí nos interesa termina diciendo lo siguiente:

La reversión constante de plusvalía a capital adopta la forma de un aumento de volumen del capital invertido en el proceso de producción. A su vez, este aumento funciona como base para ampliar la escala de la producción y los métodos a ésta inherentes de reforzamiento de la fuerza productiva del trabajo y de producción acelerada de plusvalía. Así, pues, aunque el régimen de producción específicamente capitalista presuponga cierto grado de acumulación de capital, este régimen, una vez instaurado, contribuye de rechazo a acelerar la acumulación. Por tanto, con la acumulación de capital se desarrolla el régimen específicamente capitalista de producción, y el régimen específicamente capitalista de producción impulsa la acumulación de capital. Estos dos factores económicos determinan, por la relación compleja del impulso que mutuamente se imprimen, ese cambio que se opera en la composición técnica del capital y que hace que el capital variable vaya reduciéndose continuamente a medida que aumenta el capital constante. (el capital variable incluye los costes de personal mientras que el constante no lo hace).

En breve resumen:

Marx entiende que:

  1. El único interés por el que actúa el propietario del capital es por obtener la plusvalía, entendiendo ésta como la diferencia entre el coste de los medios de producción y el precio de venta del producto terminado.
  2. Como el coste de las instalaciones, la materia prima y la maquinaria se pueden considerar fijos, la estrategia del capitalista pasa por optimizar su inversión en mano de obra haciéndola producir más en el mismo periodo de tiempo.
  3. Además retrasa la retribución del trabajo y utiliza ese dinero como capital de su empresa.
  4. El resultado de este sistema de cosas no puede ser otro que la incesante acumulación de capital que se refuerza la esfera de dominio y explotación del capital.

Tiene varios errores que resultan evidentes y por eso sus teorías han fracasado. En tiempos tempranos, Lenin comprendió la importancia de los mismos y los obvió en su obra “El Imperialismo. Fase superior del capitalismo”, en la que se limita a constatar que la acumulación de capital da origen, por medio de factores que explica detalladamente, a los monopolios. Los errores más evidentes de Marx son los siguientes:

  1. Dado que el capital es consecuencia del ahorro y éste es consecuencia de la renuncia a consumir los ingresos. Marx entiende que solo ahorran los capitalistas mientras que los trabajadores dedican todos sus ingresos a consumir, de esta forma es como obtienen el capital inicial. De la misma forma renuncian a consumir todos los beneficios que les reporta su empresa y destinan una parte de los mismos a aumentar su capital. Si así fuera no existiría la clase media con sus importantes ahorros invertidos en acciones.
  2. En su concepto de plusvalía olvida el lucro cesante. Si las personas no dedicaran sus ingresos a la formación de un capital podrían gastarlas en productos que les reportaran algún beneficio, como instalar un sistema de calefacción en su domicilio. Renunciar a estos beneficios tiene que conllevar una recompensa de, al menos, su mismo valor expresado en términos económicos.
  3. En su concepto de “lucha de clases”, y en general en toda su obra, olvida la ley de la oferta y la demanda que es la que fija los precios de mercado y que esta misma ley afecta al precio del trabajo. El salario por día trabajado depende del número de personas con la formación necesaria y dispuestas a realizar el mismo. Por ese motivo es muy distinto el salario de un peón de albañil y el de un ingeniero aeronáutico.
  4. Finalmente, y siguiendo con la anterior reflexión, olvida mencionar los principios de la Ley de Say.

Y aquí lo dejamos para no extender más el rollo.

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