XI. LA POLÍTICA ECONÓMICA
Primera parte
La
planificación económica es una ciencia y, como tal, a un determinado acto le
corresponde una consecuencia, siempre la misma. Si los políticos no son capaces
de acertar con las medidas económicas adoptadas es porque parten de un análisis
deficiente de la situación real, se equivocan en las metas que desean alcanzar
o, sencillamente, no tienen conocimientos de economía. Acierten o se equivoquen
en las recetas que aplican lo cierto es que resulta indispensable que el Estado
se preocupe por mejorar la situación económica de sus ciudadanos aunque solo
sea porque la seguridad económica es una condición indispensable para la
verdadera libertad.
Mientras
que, como hemos visto al tratar los sistemas de gobierno, la organización
social tiene tres posibles soluciones: Monarquía (en su concepto de
absolutismo), aristocracia (el gobierno de una élite) o democracia (el gobierno
del pueblo), también en política económica existen tres posibles alternativas:
marxismo (economía planificada), liberalismo (mínima intromisión del Estado) y
un corpus intermedio que propugna la intervención del Estado mediante
inversiones públicas y emisión de leyes en apoyo de la actividad económica manteniendo
el esquema capitalista de la empresa privada. La primera de ellas, marxismo,
parte de las ideas expresadas por Carlos Marx en su obra “El Capital”. La
segunda, liberalismo, de las ideas de Ludwig von Mises en su obra “La teoría
del dinero y el crédito” y la tercera opción se apoya en las ideas vertidas por
John Maynard Keynes en su obra “Teoría general del empleo, el interés y el
dinero”.
Es
curioso contemplar que las tres obras (y las respectivas ideologías que
configuraron) parten de la constatación de la existencia de ciclos en la
economía mundial y aporten cada uno de sus autores sus propias recetas para
evitar o minimizar sus consecuencias. También es llamativo que todos ellos
consideren el origen de los males económicos la existencia de los monopolios.
Las
ideas marxistas se encuentran en franco retroceso en todo el mundo pese al
interés de algunos economistas de renombre por resucitarlas. Y han perdido su
importancia porque parten de un principio erróneo y una receta incongruente: el
concepto de plusvalía y proponer la lucha contra los monopolios mediante la
creación de un nuevo monopolio con carácter estatal.
Las
ideas liberales, en realidad deberíamos llamarlas neo-liberales, propugnan el
libre mercado sin intervención del Estado en los mecanismos de fijación de
precios. Llevado al extremo significa que los Bancos Centrales no debería fijar
el tipo de interés, puesto que representa el precio del dinero, y tampoco
debería existir el salario mínimo ya que el precio del trabajo debe ser fijado
por el mercado mediante la ley de la oferta y la demanda.
Las
ideas keynesianas demostraron ser útiles en economías cerradas pero se
demostraron ineficaces con la liberalización mundial de los mercados y
fracasaron en las circunstancias de crecimiento de los precios generado por las
llamadas crisis del petróleo de 1973 y 1979 a las que no fue capaz de ofrecer
una solución. Hoy algunos economistas llamados neo-keynesianos como Paul
Krugman o Michael Porter han adaptado sus ideas a la nueva situación mundial.
Pero
que sus propuestas no sean todo lo exactas que sería de desear no significa que
las consecuencias que establecen en sus obras no sean reales.
EL MARXISMO
Carlos
Marx establece en su obra que las personas de posición independiente deben su
fortuna casi exclusivamente al trabajo de otros. Lo que conviene a los pobres
no es una situación abyecta o servil, sino una relación de dependencia aliviada
y liberal y a los propietarios influencia y autoridad suficientes sobre los que
[...] trabajan para ellos. Con esta definición establece la diferencia de
clases y la lucha permanente entre ellas.
De este
concepto inicial entiende que los empresarios utilizan sus beneficios (a los
que llama la plusvalía) en invertir más dinero en la empresa para capitalizarla
y denomina a este proceder la concentración de capital que genera, en su
opinión, una dependencia más intensa del trabajador a medida que se acrecienta
el capital. “Del propio beneficio creciente de las empresas, crecientemente
transformado en capital, fluye hacia los trabajadores una parte mayor bajo la
forma de medios de pago, de manera que pueden ampliar el círculo de sus
disfrutes, dotar mejor su fondo de consumo de vestimenta, mobiliario, etc., y
formar un pequeño fondo de reserva en dinero. Pero así como la mejora en la
vestimenta, en la alimentación y el trato, o un peculio mayor, no abolían la
relación de dependencia y la explotación del esclavo, tampoco las suprimen en
el caso del asalariado. El aumento en el precio del trabajo, aumento debido a
la acumulación del capital, sólo denota, en realidad, que el volumen y el peso
de las cadenas de oro que el asalariado se ha forjado ya para sí mismo permiten
tenerlas menos tirantes.”
Este
concepto de concentración de capital es tratado posteriormente con más fortuna por
Lenin en su obra “El imperialismo, fase superior del capitalismo”. En ella analiza
la existencia de lo que hoy se llaman Corporaciones y que se corresponden con
la reunión en una sola empresa de distintas ramas de la industria que
representan en sí o bien fases sucesivas de la elaboración de una materia prima
y pone como ejemplo la fundición del mineral de hierro, la transformación del
hierro en acero y la elaboración de tales o cuales productos de acero. Les
reconoce el aspecto positivo de garantizar un beneficio más estable, hacer
posible el perfeccionamiento técnico y, por consiguiente, la obtención de
ganancias suplementarias en relación con las empresas no combinadas y,
finalmente, reforzarlas en la lucha con la competencia durante las depresiones,
cuando el precio de la materia prima va a la zaga con respecto a la disminución
de los precios de los artículos manufacturados. Como aspecto negativo que las
empresas van ganando en importancia cada día; cada vez es mayor el número de
establecimientos que se agrupan en empresas gigantescas que suelen estar
defendidas por derechos arancelarios proteccionistas. Esta tendencia a la
agrupación trae aparejada la tendencia al monopolio. Por una parte, la
concentración ha determinado el empleo de enormes sumas de capital en las
empresas, por eso las nuevas empresas se hallan ante exigencias cada vez más
elevadas en lo que concierne a la cuantía del capital necesario y esta
circunstancia dificulta su aparición.
Algo
así había querido demostrar Marx en su obra al referir que la libre
concurrencia (el libre mercado) engendra la concentración de la producción y
que dicha concentración conduce al monopolio como ley general y fundamental.
Los oligopolios se ponen de acuerdo entre sí respecto a las condiciones de
venta, a los plazos de pago, etc. Se reparten los mercados de venta. Establecen
los precios, etc. Su ventaja sobre los competidores se basa en las grandes
proporciones de sus empresas y en su excelente instalación técnica. De esta
forma la competencia se convierte en monopolio, del que resulta un gigantesco
progreso de la socialización de la producción. Se efectúa también, en particular,
la socialización del proceso de inventos y perfeccionamientos técnicos. La producción pasa a ser social, pero la
apropiación continúa siendo privada. Los medios sociales de producción
siguen siendo propiedad privada de un número reducido de individuos. La
actividad comercial pierde peso a favor de una actividad organizadora
especulativa. De esta forma no es el comerciante quien consigue los mayores
éxitos sino el especulador que por anticipado sabe tener en cuenta o intuir el
desenvolvimiento en el terreno de la organización y la posibilidad de
determinados lazos entre las diferentes empresas y los bancos.
Nuestra
sociedad moderna, en la cual sólo unos pocos poseen los medios de producción,
hallándose necesariamente en equilibrio inestable, tiende a alcanzar una
condición de equilibrio estable mediante la implantación del trabajo
obligatorio, legalmente exigible a los que no poseen los medios de producción,
para beneficio de los que los poseen. Con este principio de compulsión aplicado
contra los desposeídos, tiene que producirse también una diferencia en su
estatus; y a los ojos de la sociedad y de la ley positiva, los hombres serán
divididos en dos clases: la primera, económica y políticamente libre, en
posesión, ratificada y garantizada, de los medios de producción; la segunda,
sin libertad económica ni política, pero a la cual, por su misma falta de
libertad, se le asegurará al principio la satisfacción de ciertas necesidades
vitales y un nivel mínimo de bienestar, debajo del cual no caerán sus miembros.
La
solución propuesta por el marxismo pasa por la abolición de la propiedad
privada de los medios de producción y la creación de un sistema de economía
planificada en la que un organismo de planificación central sustituye a los
empresarios que trabajan por un beneficio.
Antes
de continuar adelante conviene aclarar que actualmente no se suele aplicar el
concepto de plusvalía a los beneficios empresariales, sino a aquellos originados
por un incremento de la productividad y que no se comparten con los
asalariados, bien sea por beneficiarse de la producción a escala, por nuevos
sistemas organizativos o por cualquier otra circunstancia. La definición de
Marx conlleva en contrasentido de que las empresas cada vez más capitalizadas
deben producir más artículos para mantener el nivel de beneficios, mientras que
sus trabajadores, que son los que deberían comprar esos productos, cada vez
serían más pobres.
Las
teorías marxistas tienen como piedra angular la justicia distributiva: alguien
debe determinar qué se entiende por una distribución más justa.
Para conseguir este ideal de justicia, el Estado
debe hacerse cargo de la tarea de planificar toda la vida social, otorgando
plenos poderes a una Junta Central de Planificación para intervenir en asuntos
económicos elaborando un plan central que determine todo lo que se debe
producir , y además teniendo que decidir
qué recursos se van a asignar a qué problemas. Esto significa el monopolio del
Estado sobre la actividad económica. Crear
un monopolio para combatir las arbitrariedades de los monopolios.
Si
damos por supuesto que una persona debe recibir una remuneración que no está
relacionada con su utilidad a los demás miembros de la sociedad, como hace el
mercado libre, entonces tendría que ser un grupo de personas los que
determinaran la “utilidad” de la gente y no tendrían medios para hacerlo
subjetivamente. Se desalentaría toda actividad que implique riesgo y se
censurarán las ganancias que justifican tomar esos riesgos. No sería la
independencia sino la seguridad lo que daría status social y el prestigio no
estaría determinado por el ímpetu empresarial sino por la certidumbre de una
pensión.
La
libertad de contratación reside precisamente en dejar que el salario, como los
demás factores de la producción, sea establecido por la oferta y la demanda,
sin que esto signifique que el Estado no pueda imponer unos ingresos mínimos
para sus ciudadanos en las condiciones que considere más adecuadas.
Los
llamados “derechos” deben ser siempre contrapuestos con los “deberes”. Así por
ejemplo existe un mandato constitucional que reconoce el “derecho al trabajo”
pero es insustancial porque no recoge quién tiene la obligación de emplear. Del
mismo modo cuando en la Declaración Universal de los Derechos Humanos se reconoce
el anteriormente señalado “derecho a una retribución equitativa y satisfactoria”
sin especificar quién, si no es el mercado, determina lo que es “equitativo” y “satisfactorio”.
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